No hace muchos días, hemos iniciado la Cuaresma. Para la Iglesia el periodo cuaresmal es un momento de preparación para la celebración de la Pascua. Durante estos cuarenta días los cristianos deben "reforzar su fe mediante diversos actos de penitencia y reflexión".
En mi caso personal también ha habido una "época cuaresmal". Desde mi última publicación en este blog, han pasado ya algunos meses. Y es que, después del pasado verano, decidí cambiar un poco el rumbo de esta incierta historia.
Por aquel entonces, me asaltaban mil dudas sobre el devenir de este blog y no tenía muy claro si debía continuar con él. Había perdido la ilusión, aunque jamás desapareció su sentido.
Sin embargo, tras una larga etapa de reflexión y de escucha, de silencio y de incertidumbre,... he decidido continuar con esta bonita tarea, puesto que no es un fatigoso trabajo ni un pesado menester, si no más bien: un fantástico entretenimiento, una entrañable diversión y, sobre todo, una enriquecedora experiencia.
Por ende, circunscribiendo todo este proceso vital y emocional, considero que esta entrada debo dedicársela a uno de los cuadros de punto de cruz de los que me siento más orgullosa y satisfecha.
Este cuadro lo confeccioné hace ya muchos años y decora una de las estancias más cálidas y placenteras de mi casa: el salón.
Además, mis hijos también pertenecen a esta Hermandad desde que nacieron y, hoy día, acompañan a su dolorosa madre vestidos de túnica cada Miércoles Santo.
El Señor de la Humildad y Paciencia y nuestra Señora de los Dolores, en definitiva, protegen nuestra familia, guardan nuestra casa, pero sobre todo, iluminan nuestras vidas.
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